Verdadera búsqueda espiritual (3ª parte)

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Autor: Esteban Beitze

¿Quién fue la reina de Sabá? ¿Sabemos algo de ella además de su visita al rey Salomón? ¿Qué importancia tiene este pequeño relato dentro de la Biblia? ¿Qué puede enseñarnos a los cristianos del siglo XXI?


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PE2445 – Estudio Bíblico
Verdadera búsqueda espiritual (3ª parte)


 


Amigo al continuar con la lectura del relato que estamos estudiando nos encontramos con los versículos 3 y 4, en los cuales dice: “Y viendo la reina de Sabá la sabiduría de Salomón, y la casa que había edificado, y las viandas de su mesa, las habitaciones de sus oficiales, el estado de sus criados y los vestidos de ellos, sus maestresalas y sus vestidos, y la escalinata por donde subía a la casa de Jehová, se quedó asombrada”.

Hubo varias cosas que le impresionaron tremendamente a la reina. En primer lugar, ella quedó maravillada por la sabiduría que Dios le había dado a Salomón, sobre la cual ya estuvimos conversando en programas anteriores. Si leemos el libro de los Proverbios o de Eclesiastés, quedaremos admirados del don de observación que tenía Salomón para la naturaleza y las actitudes humanas. Toca una infinidad de temas con una sabiduría profunda y sencilla a la vez. Si tuviéramos más presentes sus proverbios y los conceptos allí vertidos, nos ahorraríamos muchos problemas y dolores de cabeza. Si pensamos en Eclesiastés, nos asombra la profundidad del pensamiento humano, los medios y lugares donde este busca el bienestar y el placer, pero cómo todo queda en la nada si no se tiene presente al Creador. En todo veía a Dios o la importancia de estar relacionado con Él. Si leemos el Cantar de los Cantares, quedamos asombrados por la belleza de este poema de amor. También encontraremos principios inamovibles para obtener y preservar el verdadero amor en una pareja. Las palabras de Salomón destilaban sabiduría en plenitud. Y si a esto sumamos las decisiones llenas de sabiduría que tomó en sus construcciones y negocios, en sus juicios y el liderazgo del pueblo, es evidente el motivo de la fascinación de la reina por su sabiduría.

Sería bueno que nosotros mismos nos dispusiéramos a realizar el ejercicio que realizó Salomón, a observar las obras de Dios en la naturaleza, el ser humano, el universo y aún en una flor. Con toda seguridad quedaremos admirados de la exquisitez y el orden en cada uno de los detalles. Todo funciona a la perfección en un contexto donde todo se encuentra interrelacionado y demuestra la existencia de un sabio Creador. Una cosa no funcionaría sin la otra. Pensemos por ejemplo, en cómo la fotosíntesis de las plantas permite la vida animal y la humana; pensemos también en el ciclo del agua que necesitan todos los seres vivos, donde la presencia a una distancia exacta del sol también es imprescindible; y si la atmósfera no estuviera donde está, la incidencia de los rayos solares mataría cualquier forma de vida. Podríamos seguir largamente enumerando sistemas, seres y cosas que funcionan de forma interrelacionada. ¡El cuerpo humano, por ejemplo! Si solo un órgano dejara de funcionar tendríamos un serio problema. Al ver estos y tantos miles de ejemplos más, no podemos menos que admirar la sabiduría divina y reconocer que existe un Creador supremo, el cual también mantiene todo en su debido orden. Justamente esto es lo que también dice el apóstol Pablo en la carta a los Colosenses acerca del Señor Jesús: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (1:16-17). ¿Por qué es útil fijarnos en estos detalles? Porque cuanto más observemos la sabiduría de nuestro gran Rey Jesús, tanto más confiaremos en Él en cuanto a todas las cosas que suceden en nuestra vida. A nuestro alrededor suceden infinidad de cosas que parecen no tener sentido. Pero estemos confiados, todo está bajo Su control y sirve para nuestro bien. Saber esto con seguridad, nos ayudará a depender más de nuestro Dios.

Ahora, si como vimos, toda la sabiduría está escondida en Cristo (Col.2:3), entonces también debemos acudir a esta fuente con frecuencia. Nuestra inteligencia y visión son muy limitadas y, para colmo, nubladas por nuestra mente que tiende muchas veces a lo carnal y mundano. Realmente necesitamos que alguien que ve más allá nos indique el camino. Lo maravilloso es que podemos acercarnos y pedir simplemente por sabiduría para hacer lo correcto como somos invitados en la carta de Santiago: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (1:15). Y las características de esta sabiduría divina Santiago las define como: “… Primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (3:17). ¡Cuánta necesidad tenemos de esta sabiduría, amigo! ¡Cuánto bien haría a nuestro entorno y a nosotros mismos! Asimismo, nuestras palabras deberían estar llenas de esta sabiduría celestial. En primer lugar, deberían ser del agrado de Dios como decía David en el Salmo 19: “Que las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón sean de tu agrado, oh Señor, mi Roca y Redentor”. Si solo aplicáramos este principio, probablemente nuestro hablar sería algo diferente. Pablo todavía añade algo mucho más amplio de cómo debería ser nuestro hablar en la carta a los Efesios: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (4:29). ¡Cuánta falta hace hoy en día esta palabra sabia, que suple las necesidades del oyente, que entiende el problema y tiene la palabra justa para cada necesidad! ¡Cuánto consuelo necesita la gente a nuestro alrededor!

En segundo lugar, la reina también observó la gloria del rey y quedó asombrada por el palacio que Salomón había construido. Según leemos en 1 Reyes 7, su construcción demandó 13 años y su lujo tuvo que ser algo inigualable (7:1). ¿Nos podemos imaginar lo que habrá sido para la reina acercarse a Salomón, quien estaba sentado en un trono de marfil recubierto de oro con representaciones de leones de oro a ambos lados de los seis escalones? La Biblia nos cuenta que toda la vajilla que usaba para su mesa era de oro y por todos lados se veía lujo y animales exóticos traídos del sur. También la vestimenta, la comida y el alojamiento de sus siervos eran de primerísima calidad. La reina no podía estar menos que impresionada por todo lo que rodeaba al rey. ¡Todo era portentoso! Toda palabra que salía de la boca de Salomón era sabiduría; todo lo que hacía era impresionante en grandeza y perfección; y todos los que estaban con él, eran partícipes de ello.

Cuando pensamos en todo este lujo tanto de Salomón como de sus siervos, en seguida somos llevados a recordar una mención de Salomón que hace el Señor Jesús en el Evangelio de Mateo. En el contexto de no preocuparse desmedidamente por las cosas necesarias para la vida, Jesús dijo: “Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas” (6:28-32). La vestimenta de Salomón y sus siervos era tal que causó el asombro hasta de una reina que debía estar acostumbrada a grandes lujos. Pero aquí el Señor minimiza todo esto poniéndolo en relación con la belleza de las flores que, aunque tan pasajeras, Dios las viste con tanta hermosura. Si Dios tiene este trato con las flores, ¡¿cuánto más entonces sabrá dar a Sus hijos lo necesario?! Bueno, amigo, existen dos claves para que cada creyente pueda experimentar esta provisión de Dios. La primera es la confianza en Él. Debemos confiar en que el Señor sabe lo que necesitamos y se encarga de ello. La segunda clave es colocar al Señor en el primer lugar en la vida. Al hacerlo confiando en Él, también nosotros podremos experimentar que Dios tendrá cuidado de nuestras necesidades básicas. Dios no descuida a sus hijos, menos si son fieles, le buscan y sirven.

Al meditar en toda la gloria que tuvo Salomón, irremediablemente pensamos también en la gloria que espera a todos los que por medio de una relación personal con Jesús tienen vida eterna y con ello acceso garantizado al cielo. Jesucristo mismo, estando todavía en esta Tierra prometió: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn.14:1-3). Si toda la gloria de Salomón era algo inefable que hasta una reina quedó impactada, ¡¿qué será la gloria del cielo, cuando estemos en la presencia de nuestro Rey, el Señor Jesucristo?! ¡¿Qué será cuando estemos en la gloria del Señor?! ¡Qué sentimiento y asombro será entrar en las mansiones celestiales preparadas por nuestro Señor! Todo aquel que quisiera participar de esta gloria simplemente tiene que seguir el camino. Jesús dijo: “Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino. Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn.14:4-6).


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