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Autor: William MacDonald

El autor nos lleva a varios grandes momentos en el tiempo, cuando los cristianos tomaban los dichos de Jesús literalmente, amando a sus enemigos, perdonando a sus enemigos, devolviendo bien por mal, resistiendo sin represalias, dando sin esperar algo a cambio a la brevedad, sólo preguntándose: “¿Qué haría Jesús?”, y luego haciéndolo.

 


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PE2125 – Estudio Bíblico
Viviendo por encima del promedio – IV (4ª parte)



Amigos, ¡qué gusto estar otra vez junto a ustedes!

Louise es un ama de casa consumada. Encaja en el perfil bíblico de una esposa y madre cristiana. Uno de sus mayores gozos es criar a sus siete hijos para Dios. Otro es apoyar a su esposo mientras viaja y trabaja incansablemente para el Señor Jesús. He aquí un ejemplo. Una vez él estaba predicando en una conferencia en Nueva Jersey, y recordó que era el cumpleaños de ella. La llamó y expresó su pena por no poder estar con ella y darle un regalo. Sin dudarlo, ella le dijo: “No podrías darme un mejor regalo que estar donde Dios quiere que estés, haciendo lo que quiere que hagas.”

Había algo más en Louise. Su horario ocupado no le impedía ser una ardiente ganadora de almas. A menudo invitaba a las mujeres del vecindario a un estudio bíblico de una hora con merienda. Pero, después de un tiempo se dio cuenta de que ellas estaban satisfechas con su propia religión. Tenían poco interés en una relación personal con el Señor.

Temprano, una mañana, cuando Louise estaba orando en la sala, recordó la historia de la gran cena en Lucas 14. Todos aquellos que fueron invitados tenían excusas, así que el maestro envió a su criado a las calles y las plazas para invitar a otros.

Louise llevó esto al Señor en oración: “Señor, los que he invitado tienen muchas excusas; me gustaría ir a estos otros por Ti, pero estoy aquí con mis hijos. Si me enviaras a alguien de las calles y los caminos, yo los invitaría a Tu cena.”

En ese momento escuchó el bip-bip de un camión de basura dando marcha atrás. Sí, ése es de las calles. Miró por la ventana y vio cómo el hombre, ahora llamado eufemísticamente ingeniero sanitario, levantaba el contenedor de basura vecino, vaciándolo en el camión. Era evidente que su cuerpo se contorneaba mientras lo hacía. Se estaba acomodando, tratando de aliviar algún dolor.

Louise se paró en el cordón de la acera cuando el camión se acercó a su casa. Cuando el conductor, Reg, bajó al pavimento, Louise le preguntó si tenía problemas de espalda. “No,” le dijo. “Tengo problemas de corazón.”

“Bueno, ¿por qué entonces carga con pesados contenedores de basura todo el día?” le preguntó. “Espere, yo vaciaré el mío,” y levantó el contenedor, tirando su contenido en el camión.

El conductor dijo: “Es el único trabajo que puedo encontrar.”

“Bueno, oraré para que obtenga un mejor trabajo o un mejor corazón.”

“A nadie le importan los hombres basureros,” dijo Reg con tristeza.

“A Dios sí,” respondió Louise.

Reg volvió a la cabina del camión y siguió su camino. Una semana después, Louise estaba esperando en el cordón de la acera cuando llegó el camión. Antes de que Reg llegara al contenedor de la basura, Louise ya lo había vaciado en el camión. Él la miró y preguntó: “¿Oró usted por mí?”

“Cada día.”

Reg no lo creía, aunque no exteriorizó su duda.

Louise continuó: “Escuche. La Biblia dice que la fe sin obras es muerta. Yo estoy orando, pero usted tendrá que solicitar otro trabajo.” Él asintió, no dijo nada, y se fue.

En la siguiente calle, vio a Moira, la hija de 7 años de Louise, que iba de camino a la escuela. Cuando el camión se detuvo cerca de ella, gritó: “Oiga, oramos por usted en casa.” Entonces Reg supo que alguien sí se preocupaba por los basureros.

Una semana después, cuando Louise se encontraba esperando en la acera, Reg le dijo: “Sra. Nicholson, creo en Dios, en el cielo y en el infierno, y en todo eso, pero tiene que haber algún otro paso que tomar. ¿Hay algo más que deba hacer?”

Louise le explicó con detalle el camino de salvación de Dios y la importancia de dar un paso de fe. Él escuchó con gran atención, luego sonriendo y saludando, se fue. Ella le gritó: “Asegúrese de solicitar ese empleo.”

Durante otra semana los Nicholson oraron por Reg sin falta. El día de recolección de basura, Louise acudió a su posición en la acera. Reg se bajó de un salto del camión, y con una sonrisa de oreja a oreja le dijo: “Bueno, ya lo hice.”

“¿Hizo qué?” ¿Quería él decirle que había solicitado otro empleo?

“Di el paso, Sra. Nicholson.” Le explicó que había puesto su confianza en el Señor Jesús.

¿Sería verdad? ¿Realmente habría sido salvo? Louise pensó: “Bueno, sea verdad o no, debería leer la Biblia. Después de todo la fe viene por oír la Palabra de Dios.” “Reg, usted necesita comenzar a leer la Biblia. Es como alimento para el alma.”

“Ay, Sra. Nicholson, debería habérmelo dicho antes. Si eso es lo que un cristiano tiene que hacer, lo siento. No soy un lector. Ni siquiera leo el periódico. Lo siento.” Y siguió conduciendo hasta la siguiente casa.

En la siguiente esquina, encontró una caja pesada esperando que la cargaran. Su curiosidad lo hizo echar un vistazo. Allí encima de todo había una Biblia nueva, aun envuelta en su plástico. “Está bien, Señor, leeré Tu Libro.”

No sólo comenzó a leer la Biblia, asistió a la iglesia donde se congregaban los Nicholson. Se apareció con un overol rojo intenso, con el logo de la compañía recolectora en el frente. Era lo mejor que tenía. Ahí estaba él, en la primera fila, sonriendo como un niño en una tienda de dulces. Todo parecía encajarle perfectamente, los cantos, la prédica, la cordialidad de la gente.

Poco después de convertirse, Reg se bautizó. El Señor le dio la victoria sobre su hábito de alcoholismo. No sólo asistió a las reuniones fielmente, sino que trajo a sus amigos para escuchar el evangelio. Disfrutó de su salvación desde el primer día.

Su corazón no mejoró, pero pudo encontrar un empleo menos agotador por varios años. Más adelante, el Señor lo llamó a casa, un amado hermano en Cristo, quien fue llamado de las calles e invitado a participar de la gran cena.

Y todo porque una fiel ama de casa oró: “Señor, úsame.”

Estimados amigos, veamos ahora qué significa esto de: “Viviendo por encima del promedio”.

Miguel Ángel, el famosísimo escultor y pintor, se detuvo en silencio en su estudio, mirando atentamente un bloque de mármol. Finalmente un compañero interrumpió su ensimismamiento preguntándole por qué invertía tanto tiempo en observar una roca. El rostro de Miguel Ángel se iluminó y dijo con entusiasmo: “Hay un ángel en ese bloque y lo voy a liberar.”

Existe un paralelismo espiritual aquí. Cristo mora en cada hijo de Dios. El apóstol Pablo dijo a los colosenses: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”(Colosenses 1:27). En Gálatas 2:20 dejó bien en claro que Cristo vive en los creyentes. Pero el mundo no puede verlo a menos que se Lo libere. Esto sucede cuando nosotros los cristianos Lo mostramos a través de una vida recta. Sucede cuando hablamos y actuamos como el Señor lo haría. Sucede cuando el Señor Jesucristo puede vivir Su vida en nosotros.

Mostrarle a Cristo al mundo no debería confinarse a hechos aislados de comportamiento piadoso. Debería ser nuestra forma de vida, lo que nos caracteriza. El problema de muchos de nosotros es que nuestros reflejos espirituales son muy lentos. Tenemos la maravillosa oportunidad de responder con una vida que está por encima de lo común y corriente. Y tarde nos damos cuenta de cuán brillantemente podríamos haber hablado o actuado, como Jesús lo habría hecho. Pero nos lo perdemos. No estamos por encima de la carne y la sangre.

La mayoría de las personas nunca han rechazado al Señor Jesús. Han rechazado lo que nosotros representamos de Él: nuestro mal carácter, nuestras palabras sarcásticas, nuestra avaricia y nuestro orgullo. No han podido ver Su amor, Su cortesía y Su gracia en nosotros.

¿Cómo podemos reflejar a Cristo de manera consistente a un mundo que ni Lo ve ni Lo conoce? ¿Cómo podemos vivir por encima del promedio? Podemos cultivar la mente de Cristo por medio de la humildad, el servicio, la generosidad, y estimando a otros como mejores a nosotros mismos. Podemos habitar “al abrigo del Altísimo” (como dice Salmos 91:1) estando cerca del Señor, viviendo en el santuario en lugar de los suburbios. Podemos estar constantemente ocupados con el Señor.

“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (nos dice 2 Corintios 3:18).

¡Cuánto más observemos al Señor en la Biblia, el Espíritu Santo más nos transformará a Su semejanza!

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