Vivir y servir con una meta. Lo que vemos, adquiere poder sobre nosotros..

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Titulo: «Vivir y servir con una meta». «Lo que vemos, adquiere poder sobre nosotros»..
Autor: Burkhard Vetsch
  Nº: PE858

Locutor: Gerardo Rodríguez

¡Cuanta falta de orientación vemos en el mundo que nos rodea, ya sea en vidas individuales, en política o economía!

Y  ¡vaya si es una profunda verdad que lo que vemos adquiere poder sobre nosotros!

Le invitamos a profundizar estos pensamientos escuchando este programa.


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«Vivir y servir con una meta». «Lo que vemos, adquiere poder sobre nosotros»..

Estimado amigo, el apóstol Pablo escribió en su carta a los Filipenses estas palabras: «Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús''.

Si queremos vivir con una meta hacemos bien en profundizar en la Biblia en el estudio de la vida de Pablo. Él experimentó en su vida un brusco cambio de meta, que provino directamente desde el cielo. Había encontrado gran aceptación en el sanedrín de los judíos, debido a su buen conocimiento de la Torá y por ser un fariseo docto teológicamente. Tenía asegurada su carrera como maestro teólogo. Pero Dios, en su misericordia, tenía otro plan para este joven rabino. En vez de servir a ciegas y de obedecer a muerte a las autoridades religiosas, combatiendo a los seguidores de Jesús, habría de tener un encuentro personal con el Señor Jesucristo. Ante él tendría que capitular, y su vida recibiría una dirección completamente distinta. Cuando Saulo, espiritualmente renovado, se convirtió en un receptor de los mandamientos divinos, todas sus ambiciones fueron anuladas en un instante.

No tengo nada en contra de que una persona prospere en sus estudios o en su trabajo. Si una persona es aplicada y aspira a ascender de una manera honrada, gana respeto y reconocimiento. El sabio Salomón ya había dicho: «La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece'' (Proverbios 10:4).

Por medio de la intervención divina, Saulo, el encolerizado perseguidor de cristianos, se transformó en Pablo el apóstol de las naciones. A partir de ese momento, sólo vivió para su nuevo Señor: Jesucristo. Su vida sólo tenía una meta importante: Servir a Aquél, a Quien le debía su salvación eterna. Ningún camino le parecía demasiado largo, ni ninguna meta demasiado remota, para anunciar a las personas el mensaje del amor redentor de Jesús. Él ignoró su defecto físico, colocando su vida completa al servicio de este llamamiento celestial y, con ello, a Jesucristo.

Aunque no seamos el apóstol Pablo, también a nosotros nos llega el llamado divino: «… para servir al Dios vivo y verdadero y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera''.

¿Cuál es nuestra meta en la vida? ¿Sólo está enfocada hacia nuestro bienestar corporal, prosperidad y aumento de sueldo? Querido amigo, ¿Está usted empeñado únicamente en su trabajo? ¿Llega a perderse dentro de todos los problemas laborales, o de negocios, de manera que las torturantes preocupaciones amenazan con asfixiarlo? ¿Tiene poco o nada de tiempo y dinero para el reino de Dios y sus demandas? Entonces usted está errando al sentido y a la meta de su vida. Aquel que ya sólo se preocupa por su existencia terrenal, o quien desaprovecha su tiempo, también está errando a la meta de la vida. Dios nos ha dado dones a cada uno y pedirá cuentas por el uso que hacemos de ellos.

El apóstol Pablo nos ilustra claramente nuestro destino y nuestro llamamiento celestial como metas de vida. Nos anima a que intercedamos completamente a favor del reino de Dios. Pues en el trono de Cristo no sólo se juzga con justicia, sino que también se premia a los que han entregado sus vidas para servirle a Él, con un galardón. Dios le regala dones a sus hijos, para que ellos le puedan servir y, al final, todavía los premia por esos dones.

Pero antes de que podamos servir correctamente a Cristo, nuestra voluntad y nuestros corazones deben estar en total dependencia de Él. Nuestra mente tiene que estar dirigida hacia Jesús. Él mismo es quien nos distribuye las tareas. Si las tareas que nos asigna son difíciles, dará también la fuerza y sabiduría necesaria. Recién cuando vivamos y sirvamos en el ámbito de nuestro llamamiento divino, la carga se hará más liviana, pues él nos lleva a nosotros y a nuestras cargas. Una vida que esté totalmente dirigida hacia Jesús, lleva a metas celestiales. «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas''.

Estimado amigo, sabe usted ¿que lo que vemos, adquiere poder sobre nosotros?

Si nuestro cristianismo se debilita y pierde el gozo, si se entumece por el cumplimiento de obligaciones externas y costumbres, necesitamos urgentemente un despertar personal. Muchas veces no son los grandes pecados los que nos desvían del camino, sino que uno de los mayores peligros para nuestra vida de fe consiste justamente en que nos cansamos interiormente. ¿Quién no conoce en su vida de fe estas eras glaciales o períodos de sequía? Al igual que lo que pasa en algunos matrimonios, también nuestra relación con el Señor se puede enfriar hasta el punto de llegar al congelamiento.

¿Cómo se puede revertir esta situación? ¿Cuál es el secreto de una continua primavera espiritual? David, el hombre según el corazón de Dios, testificó en el Salmo 16:8: «A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido'' (vale decir que en la traducción en alemán se emplea la expresión «tener delante de los ojos»). ¿Acaso nuestro debilitamiento y titubeo no proviene muchas veces porque queremos apropiarnos con nuestros ojos de todo el mundo? Nuestra alma sufre con ello. Nos perdemos observando lo visible, lo pasajero. ¡Pero qué distinto es si nos saciamos con Su imagen, al observar a nuestro glorioso Señor a través de Su Palabra! Volvemos a percibir que nuestra meta (la gloria venidera) y nuestro camino (tal vez dificultoso) es iluminado desde allí, para que «corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante''.

El ejemplo de los diez espías es una advertencia para nosotros. A su regreso, tras cuarenta días de haber espiado la tierra prometida, dieron testimonio de su desalentadora incredulidad al pueblo de Israel que se había reunido allí: «Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac… Y hablaron mal entre los hijos de Israel, de la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos'' (Números 13:28. 32-33). Estos diez príncipes de las tribus de Israel sólo «vieron'' en aquel momento el impresionante mundo en Canaán, con sus gigantes y las fortificaciones, su comercio y ciudades. Tan grande fue el prejuicio, que perdieron de vista la meta que Dios tenía con ellos: ¡Vivir con él en la tierra prometida! Debido a su funesta incredulidad no sólo ellos mismos fueron aniquilados por el Señor, sino que provocaron que Dios condenara a Israel a 40 años de éxodo por el desierto.

Josué y Caleb, por el contrario, recordaron a Abraham, padre de todos los creyentes, del cual se escribe en la epístola a los romanos: «Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido'' (Romanos 4:19-21). Estos dos espías también habían visto y conocido la tierra de Canaán, pero más allá de eso pudieron ver al Dios invisible y contaron con el cumplimiento de Sus promesas. De esta manera alcanzaron la meta y, con ellos, la nueva generación de israelitas que estaba por debajo de los 20 años.

No nos habla de manera especial hoy en día, lo que Job en su tiempo ya había reconocido: «Este compromiso establecí con mis ojos: No mirar lujuriosamente…'' (Job 31:1, versión La Biblia al Día). Es necesario que una y otra vez tengamos esta disposición interna del corazón con respecto al Señor Jesús. No debemos olvidar que, en definitiva, nuestra era va, a pasos agigantados, al encuentro de la adoración universal de la imagen. La lujuria festeja sus triunfos y las masas están influenciadas por un terrorismo de imágenes, sin límites ni escrúpulos, que despiertan en ellas toda gama de concupiscencias. Se está totalmente expuesto a los efectos de aquello que se ve. Sin percibirlo, la humanidad está siendo preparada para la histeria colectiva de la era del anticristo. En ese momento la publicidad habrá alcanzado el punto de desarrollo que podrá manipular la adoración de la bestia.

Por eso, somos llamados a no mirar ciertas cosas sino, antes bien, a alzar nuestras miradas. No dejemos que nada ni nadie nos distraiga del contacto regular con la Palabra de Dios y de la oración sacerdotal. Busquemos diariamente la quietud en el Señor y, a pesar de todo el ajetreo, permanezcamos firmes interiormente, pues Él está a nuestro lado. Procuremos que nuestra relación con nuestra cabeza celestial permanezca intacta.

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